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Foto del escritorPablo Petruccelli

SEVEN I 1-Lujuria

La lujuria, ese impulso que ha acompañado al ser humano desde tiempos inmemoriales, rara vez es discutido abiertamente. Se le suele vincular con lo prohibido, con el exceso y la pasión desmedida. Sin embargo, esta fuerza no solo se manifiesta en la intimidad de una habitación cerrada, sino que permea cada rincón de nuestra vida cotidiana, influyendo en comportamientos que a simple vista podrían parecer inofensivos, pero que revelan la naturaleza persistente del deseo.


La Lujuria en la Oficina


Una reunión de trabajo, un lunes cualquiera. En el ambiente flotan ideas sobre un nuevo proyecto, pero para él, lo único que parece importar es la figura de su compañera sentada frente a la mesa. No importa que ella esté presentando un análisis brillante, ni que las decisiones que se tomen en ese momento puedan impactar el futuro de la empresa. Sus pensamientos han sido secuestrados por el deseo. La lujuria distorsiona la percepción, convirtiendo a una profesional competente en un objeto de fantasía.

Así es como la lujuria se infiltra en el mundo laboral, disfrazada de gestos triviales: una mirada más larga de lo necesario, un comentario sugerente, un halago que podría ser interpretado como cortesía, pero que en realidad lleva una carga oculta de deseo. Esta dinámica no solo afecta el entorno profesional, sino que, muchas veces, coloca a las personas en situaciones incómodas o de abuso, donde las líneas entre el respeto y la atracción se desdibujan.

Empleado de oficina observa con lujuria a su compañera

La Lujuria en las Redes Sociales


Hoy en día, las redes sociales actúan como el escenario perfecto para la manifestación digital de la lujuria. Scroll infinito de imágenes y videos, muchos de ellos cuidadosamente seleccionados para atraer la atención visual, para seducir. Los "me gusta" no son simplemente muestras de aprobación; son, muchas veces, la validación de un deseo. El usuario desliza el dedo sobre la pantalla, como quien hojea una revista de deseos inalcanzables. Los cuerpos perfectos, las poses insinuantes, la búsqueda incansable de la aprobación del otro. Aquí la lujuria se despliega en su forma más superficial, donde lo importante no es el contenido, sino la imagen y el anhelo que despierta.

Es un ciclo interminable: la búsqueda de más. Más cuerpos, más imágenes, más validación, más deseo. La lujuria se alimenta del instante, del ahora, y su satisfacción siempre es momentánea. En las redes, todo está a un clic de distancia, una constante provocación que impulsa a seguir mirando, deseando, comparando.


La Lujuria en el Día a Día


El transporte público es otro escenario cotidiano donde la lujuria emerge de las sombras. El roce accidental en el autobús, la mirada furtiva en el subte. Espacios cerrados donde el contacto físico y visual es inevitable, donde el anonimato puede ser un escudo para aquellos impulsos que no siempre nos atrevemos a confesar. A veces, basta con una fracción de segundo para que un pensamiento se convierta en el protagonista del trayecto.

La lujuria no tiene moral, no discrimina; puede asaltar a cualquiera en el momento menos esperado. Un hombre casado puede cruzar miradas con una desconocida y, por un instante, imaginar una historia de deseo. La mujer que camina por la calle puede recibir una mirada cargada de insinuaciones, incómoda por saberse observada bajo un filtro que nada tiene que ver con su identidad, sino con el impulso del otro.


La Lujuria y el Consumo


Otro de los grandes escenarios donde la lujuria se manifiesta es en el consumo. Basta ver la publicidad: anuncios de automóviles con modelos sugerentes, perfumes que prometen atraer con el aroma del deseo, ropa diseñada para resaltar las curvas perfectas. La industria entera del marketing juega con el deseo, vendiéndonos no solo productos, sino fantasías de atracción y placer. En la sociedad moderna, se ha hecho común asociar el éxito y la felicidad con la capacidad de atraer y ser deseado, creando un ciclo interminable de consumo donde lo que se vende, más allá del objeto, es la promesa de la lujuria cumplida.

El mensaje es claro: poseer es atraer. Los anuncios nos enseñan que si adquirimos ciertos productos, nuestro valor aumentará y, con él, la cantidad de miradas y deseos dirigidos hacia nosotros. La lujuria se convierte, así, en una mercancía, en un motor que impulsa la economía.



La Frontera Difusa entre el Deseo y la Obsesión


Aunque la lujuria es una emoción natural en el ser humano, el problema surge cuando esa energía se convierte en obsesión. En la vida cotidiana, esto se manifiesta cuando el deseo constante por el cuerpo o la atención de los demás interfiere con nuestras relaciones, nuestro trabajo y, sobre todo, con nuestra paz mental. Una cosa es sentir atracción, y otra muy distinta es no poder desconectar el anhelo desmedido por algo que, en su naturaleza, es efímero.

La lujuria, al igual que otras emociones, puede tomar el control si no aprendemos a equilibrarla. Es una fuerza poderosa que, cuando no se reconoce o se reprime de manera incorrecta, puede estallar en formas destructivas, afectando tanto a quienes la sienten como a quienes se ven involucrados en su manifestación.


Modelos de publicidad

Reflexión Final: La Lujuria y la Humanidad


Al final del día, la lujuria no es ni buena ni mala en sí misma. Es una de las muchas emociones que componen el ser humano, una fuerza natural que impulsa la búsqueda de conexión, de belleza, de placer. Sin embargo, en una sociedad donde el deseo es estimulado constantemente, donde las fronteras entre lo íntimo y lo público se desdibujan, es crucial aprender a identificar cuándo la lujuria deja de ser una chispa de atracción y se convierte en una llama que consume y destruye.

El verdadero reto está en encontrar el equilibrio. Entender que el deseo es parte de nuestra experiencia humana, pero que no debe gobernar nuestras acciones ni nuestras decisiones. La lujuria, como todas las pasiones, puede ser un catalizador para el crecimiento, o una trampa que nos aleja de lo que realmente importa: vivir una vida en plenitud, no guiada únicamente por los impulsos del momento, sino por un propósito más profundo.

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